miércoles, 22 de julio de 2015

El Músico Callejero

Bebía muy a menudo 
de los arroyos, la misma inquietud 
de nube o agua descendida 
entre las rocas.
Los dientes, estratos en el horizonte 
de su sonrisa, se adivinaban
entre perfiles ruborosos o labios.

Tropezaba a menudo sus palabras
con ecos de risas y brillaban sus ojos
en resplandores de ópalo.
Tenía los silencios juntos,
guardados en sus bolsillos 
y una cuerda larga para sujetar las soledades.

Caminaba sin arrastrar los pies,
tan sólo a veces una duda asomaba,
temerosa de ser vista y la escondía de nuevo,
resolviendo con ánimo las preguntas,
esperando que se enfríaran en su plato.

La música se desbordaba claramente 
en sus ojos y la calma sujetaba su rostro
sin muecas de violencias, ni fruncimiento 
en su pobladas cejas.

Pasaba entre las gentes sin rozar siquiera,
pero dejaba en el aire su constante presencia,
aparentemente inadvertido, pero notorio.
Brisa al fin, eslabones de aire o aromas
que callejean, dejando impregnadas sus aceras.

A nadie perteneció y sin embargo, era de todos,
la calle, su escenario, su taller de pruebas,
licenciado en transitar y dejar notas en la densidad
de los oídos que se perdían al final de la avenida.

Marchó como vino, con una brevedad sin tilde,
abrazando un sueño imposible, buscando la libertad
entre el bullicio de las gentes y un apagado fulgor en sus ojos.
Sin hallar todas las respuestas, 
sabiendo que  el día es duro, cuando se tiene
el estómago vacío y en el alma no caben ya más suspiros.

Escrito en Julio 2015 por Eduardo Luis Díaz Expósito.“zuhaitz"







No hay comentarios:

Publicar un comentario