entre los temblorosos árboles.
Un frío afiladamente agudo,
desprende la impasibilidad de la roca
y se desmorona, ánima perdida,
redonda, lágrima mineral
en penosa andadura.
Una voz, un susurro sinuoso
y arbóreo, da la entrada
a unos pasos sucedidos,
arrastrando la sequedad
de su cuerpo amarillo.
La lluvia derrama tristeza y añoranza,
de pasajeras luces vespertinas,
que atesoradas por el Sol,
en generosos rayos, brindaba,
calidez de beso amante o abrazo
en la ternura de su agreste lecho.
Ahora el paso detenido y la memoria,
a la espera de un nuevo brote,
tras las aguas heladas
y el gris empedrado del cielo.
Tan sólo el calor de una hoguera
o el fuego del hogar, para adormecerse
en el letargo del invierno,
mientras el tiempo pasa con cojera
y la primavera aún no ha despertado
en su lecho de flores.
Escrito en Julio 2015 por Eduardo Luis Díaz Expósito.“zuhaitz".
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