se hunde un presentimiento
en el pecho agotado del guerrero.
Los dioses perdieron sus pies,
caminando sobre el fango,
con los ojos puestos en los cielos
y en la furia que origina las tormentas.
Con haces dorados de Sol, usados como venablos,
contra el corazón impío del guerrero,
que sembró la tierra yerma, de muertos
y silencios, ahogados en el llanto
de los que sobrevivieron.
Soplan vientos fríos sobre las armaduras vencidas,
sobre el coágulo de sangre que tiñe
el campo de batallas.
No hubo victoria alguna, tan sólo triunfó
la sinrazón y la locura en desvarío.
Los dioses murieron al ocaso del sol,
debido a que quisieron permanecer
en su naturaleza humana.
¡Craso error!. Se perdió el brillo celestial,
que coronaba sus cabezas, tan sólo el laurel,
que ceñía sus frentes en pasadas lides,
deja una escasa huella de su imponente presencia.
Hoy perpetuada en las cariátides mudas
de algunos edificios.
Escrito en Noviembre 2015 por Eduardo Luis Díaz Expósito."zuhaitz"
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