jueves, 22 de agosto de 2024

Cabellos mojados, bajo una misma lluvia.

La lluvia adolescente, mojaba 
un acebo diminuto, bajo tu sombra en declive,
tiñéndose de hollín y seda sobre el asfalto.
Una mariposa creyóse águila, pero no pudo 
remontar la cima de tus senos.


Evocaba en un viejo ritual, la magia necesaria 
para despertar las enmarañadas zarzas 
de tus deseos y nada halló en su ceremonia,
sino el silencio de los feligreses, enclaustrados 
en sus asientos.


Párvulo oval bajo el cascarón, crisálida 
de ojos ciegos, perdido en la inmensidad 
de tu cuerpo.
No bastó el vuelo, ya que la boca reclamaba 
el descenso, ese vararse lentamente 
sobre tus olas y abrazarte dulcemente.


El lepidóptero descendió y apenas se hundía 
en la humedad de tus aguas.
Un poema trocó el agua en vergel y se saturó 
de pétalos carnosos.
El insecto se mudó en hombre, tras su última 
metamorfosis y en el mar de sus anhelos,
tocó tierra firme, se halló cubierto de pólen 
y cada partícula fue un ápice de gozo,
a cuya conjunción delimitaba, los torrentes 
inscritos en el pentaclo fragmentado 
de tus manos.


Mientras, la noche aullaba a los caballos rebeldes, cuyos ojos brillaban en la cúpula 
gótica de tu lecho.
Ambos nos reconocimos en la textura 
de un abrazo y con fuego y ceniza, 
barro y agua, moldeamos la primera letra 
de la palabra AMOR, desplomándose 
los muros que contenían presos los ojos,
a la luz de un encuentro y la dicha de sentirnos 
cabellos mojados, bajo una misma lluvia.

Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.

© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.




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