un acebo diminuto, bajo tu sombra en declive,
tiñéndose de hollín y seda sobre el asfalto.
Una mariposa creyó ser águila, pero no pudo
remontar la cima de tus senos.
Evocaba en un viejo ritual, la magia necesaria
para despertar las enmarañadas zarzas
de tus deseos y nada halló en su ceremonia,
sino el silencio de los feligreses, enclaustrados
en sus asientos.
Párvulo oval bajo el cascarón, crisálida
de ojos ciegos, perdido en la inmensidad
de tu cuerpo.
No bastó el vuelo, ya que la boca reclamaba
el descenso, ese vararse lentamente
sobre tus olas y abrazarte dulcemente.
El lepidóptero descendió y apenas se hundía
en la humedad de tus aguas.
Un poema trocó el agua en vergel y se saturó
de pétalos carnosos.
El insecto se mudó en hombre, tras su última
metamorfosis y en el mar de sus anhelos,
tocó tierra firme, se halló cubierto de pólen
y cada partícula fue un ápice de gozo,
a cuya conjunción delimitaba, los torrentes
inscritos en el pentáculo fragmentado
de tus manos.
Mientras, la noche aullaba a los caballos rebeldes, cuyos ojos brillaban en la cúpula
gótica de tu lecho.
Ambos nos reconocimos en la textura
de un abrazo y con fuego y ceniza,
barro y agua, moldeamos la primera letra
de la palabra AMOR, desplomándose
los muros que contenían presos los ojos,
a la luz de un encuentro y la dicha de sentirnos
cabellos mojados, bajo una misma lluvia.
Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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