y engarzando el zafiro azul, confunde
sus destellos marinos con el blondo reflejo,
que la miel cautiva en el inscrito
panal celeste, derrama en pulpa ambarina.
El fuego consume el ocre
y el verdinegro opaco y transfiere una cálida luz
de ojo herido, que llora la sangre coagulada
de un cielo, sobre los cuerpos virginales
de las anémonas, que se estremecen
en un abrazo de alga amarga sumergida.
Besa con calor la sal y se mezcla
con un amplio sudor.
De su genital humedad, el rubor se extiende
en toda la extensión de su carne y evapora
un anhelo, que sólo las gaviotas conocen.
Sus alas son portadoras de secretos
y sobre el pico los llevan, alzándose hacia
el cielo.
El secreto se hace celeste y el firmamento
extiende sus largos brazos, acariciando
la mar sobre el lecho del horizonte.
Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario