de algún caminante, que olvidó sus pasos,
como una flor marchita en el estío.
Convocábamos a los arcos celestes
y nuestras bocas de amplias bóvedas,
se alzaron sobre los capiteles de la voz.
Teníamos la inquietud del despertar
ante un nuevo firmamento, más azul,
más extenso si cabe.
Royendo nuestras miserias y arañando
con crudeza, aquello que nuestra juventud
no podía aceptar.
La fe fue un cheque sin fondos, que cada cual
debía rellenar con sus ideas y firmarlo
con sus obras.
Oteamos nuevas banderas sobre el horizonte,
que ondeaban como lenguas burlonas
de una política en desuso.
Vimos la sangre, salpicando los muros
que el hombre había construido y dejamos
sobre la tierra, las espadas ya oxidadas,
para esgrimir la palabra.
Nos dimos cuenta de que el mundo
tiñe la aurora con la sangre vertida
y el progreso social, no es más
que un mausoleo edificado con todos
los mártires de la historia.
Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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