y la fue bebiendo en silencio, para morir
sin palabras, para no dejar tras de sí…
un reguero de lágrimas.
El fulgor de su vida era una llama diminuta,
que se consumió en el pábilo de su frágil
cuerpo de cera.
Hay cristales rotos en los ojos que no
derramaron lágrimas y él marchó sin un adiós
de despedida.
Su recuerdo amarillea en las viejas fotografías
y sobre su lápida, alguien desconocido,
coloca cuidadosamente unas pequeñas flores,
con diminutas gotas de agua
entre sus pétalos.
Se fue bebiendo la noche, para morir
en silencio, pero cada estrella que contemplo,
me recuerda el brillo de sus ojos.
Escrito en Agosto 2024 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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