La vida atisba óvalos circunspectos,
en los recodos de cada esquina.
Después del destierro, de tanto destierro
de lágrimas, el llanto se sufraga al descender
desde los vórtices del dolor.
No bebas en mis ojos. No sé qué extraño encanto poseen los tuyos, que me pierdo
en sus horizontes.
No detengas el paso, las calles son gargantas
ávidas que devoran a los caminantes.
Algo más de inocencia sobre la rama azulada,
que se detiene ante las puertas.
Algo más de cristal sobre la mesa,
donde posamos los recuerdos.
Nunca esperes de mí, besos de hielo,
he bebido poco nácar de tus ojos y, aun así,
asisto a la pirotecnia del pájaro, que pliega
sus alas sobre mi crudo corazón.
Gáname a golpes de rumor, con susurros
nocturnos o velas que eternicen la profundidad
abismal que hay en tu mirada, con la cera
de tus manos, que al tacto se derrite sobre
mis sentidos.
Sin pausas. La pausa nace de ti.
Tu rompes el tiempo y el silencio, sobre
mi cuerpo de mar, exudando tu amor
en cada poro de mi piel.
Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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