la vastedad de las arenas, que mienten
sus limitaciones, porque se adueñan
del cielo en la línea del horizonte.
El silencio acusa heridas de múltiples alfileres,
que se van clavando poco a poco en la frente
del firmamento nocturno.
No queda nada más que decir, todo queda
sepultado bajo la arena y ese fulgor
que emana por el calor sobre las dunas,
no son ojos, ni son gemas.
Es un cuarzo mortal, ambiguo cristal
que, bajo la luz, sueña una vida aún no nacida,
un deseo de ser y no ser nada, pues todo
se reduce al polvo o a la piedra.
La piedra no habla, calla secretos
que el hombre no llegará a conocer.
Las arenas vagan por el éter
en diminutos granos, insignificantes.
El viento las lleva y recoge en su seno,
hijas de la sinrazón en el último estertor
de la roca.
Cada una de ellas, mantiene su fidelidad
y, sin embargo, cada una caerá en diferente
lugar.
Hijas desahuciadas de la nada, herederas
del desierto, con esa ínfima constancia,
que las hace conocedoras del mundo.
La esfinge lo sabe también, su faz fue piedra
o arena, mas de la atómica agrupación
de múltiples “nadas” surgió su imagen.
La vida es la “Nada” que sueña imposibles
y su imagen está formada por las constancias,
que se agrupan como granos de arena,
formando una realidad tangible.
Así pues, la realidad fue creada por
las innumerables arenas que se originaron
en la Nada.
Ni siquiera la roca es perenne,
se desmoronarán cuando soplen
los céfiros errantes sobre las escaleras
suspendidas en el tiempo,
volviendo nuevamente a su origen en el polvo.
Las piedras acallan los siglos y dejan
que los hombres sigan durmiendo
en su inconsciencia, para que al desconocer
el misterio único, no provoquen
la ira de los dioses, que sostienen
en sus manos el principio y fin de todo
lo que inmóvil, gravita y gira
bajo un mismo Cosmos.
Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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