una capacidad de amar del tamaño
de una virgen no nacida.
Deseo unos pétalos calientes sobre los poros
de mi piel, ansiosa de caricias.
Labios, cuya sensualidad, no es otra
que la de un cielo entreabierto, a la espera
de un ave que desgarre con sus alas,
la dureza de un azul indefinido.
Puedo ser tierra, porque amo el verde,
y el rocío, que como estrellas de plata
se prenden sobre tu cuerpo.
Puedo ser luz, rayo de sol primero,
creciendo en dedos que se estiran
paternalmente sobre todos los seres.
Puedo ser la larga agonía de una noche
sin luna, a la espera de ese contacto
o choque de astros que generen la creación
de un nuevo mundo.
Puedo ser cuanto quieras, porque mi alma
no es piedra, ni angostura de arrecife,
no soy espina traspasada por el cierzo.
Hay un viento que recorre mis huesos
y me susurra nombres, formas de mujer
y labios de fresa que se estrellan sobre
mi frente.
Demasiado amor para un mortal.
Las voces de la inmortalidad me declaran
frágil y me alegra descubrir el secreto
de la vida, en esa prolongación de mi ser
hacia el infinito y el gozo de ser espuma
entre tus dedos.
De ser el bastón de un anciano o el primer
amigo y compañero de juegos de un niño.
De ser amigo, amante, confidente, pañuelo
de lágrimas o el vendaje que cubra
tus heridas.
Me alegro de intentar amar al amor
y sentirlo desde los cuerpos y almas,
que presiento más profundos que la mar.
Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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