Eres gacela rauda ante mis torpes ojos
que te admira.
Eres la curvatura de un arco tensado
que dispara miradas al firmamento.
No puedo seguir tu paso, es tan esbelto
tu talle que, entre árboles hostiles,
te confundes con las sombras.
¡Ah! ¡Qué inspirado soplo moldeó tu silueta!
¡Con qué delicado aplomo usó el cincel,
aquel que te esculpiera!
¡Detén el paso!
Dame el tiempo necesario para imprimir
tu imagen en mis sueños.
Holgadamente, con el tiempo que recrea
las yemas batidas en un cuenco.
Atesorarte sería descerrajar las bisagras
de mi indiferencia, lanzar al viento esporas,
sobre las aguas lentas, pulidoras de cauces.
Hoy te he presentido. Te vi fugazmente
en las hojas de los sauces, cuyas ramas
se inclinaron cortésmente, saludando
al primer soplo de brisa matutina.
Te he visto sin nubes, vestida de raso azul,
danzando ingrávida.
Evolucionas en fintas melosas,
nerviosa libélula sobre el labio nacarado
de una flor, bebiendo el fuego enamorado
que, el sol dejaba en el horizonte.
Te sentí tan corpórea, que sentí temor
de mi cuerpo, por un momento pensé
en profanar con mis caricias,
el templo de la belleza que, un dios sin rostro
puso en ti.
Me sobrecogí, adorándote en silencio,
perdido en la última columna que permite
el acceso a tu altar.
Entonces ví que eres real y tal fue
mi extrañeza, que tu cuerpo tallado a besos,
incendió mi alma con fuego abrasador.
Una llamarada de brazos me rodeaba
y mi piel se abría como un horizonte
a un crepúsculo ruborizado en gozos.
Un himno glorioso se hizo eco de pájaros
y campanas de cristal, que al viento sonaron
en el arpa sin cuerdas del alma.
Las alas transparentes de un susurro
batieron palabras de amor y mis oídos
despertaron como la tierra dormida,
cuando la lluvia se deshace en joyas sin tallar
y se engarzan con anillos sobre su cuerpo,
polvoriento y triste.
Al igual que la tierra abre su entraña,
mis brazos se extendieron, queriendo abrazar
tu figura, ciñéndome a tu talle como leve
espuma de mar, en el pie inocente de un niño.
El cáliz que contenía todo mi amor,
se derramó hacia ti, desde el brocal de mi boca,
balbuceé emocionado, lo que mi alma
y mi cuerpo trataron de expresar,
convirtiéndose en torpes y dulces palabras.
Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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