sábado, 10 de agosto de 2024

Un ápice divino.

Tú, sólo tú a instancias en espaciados tiempos. Frescor que, desde tu nívea frente,
desciende en haces de lluvia.
Sólo tú, exuberante melocotón, florido fruto,
voluptuoso para el apetito voraz de un diente,
que brilla con metal de sable.


Pezón que hiendes la carne 
mortalmente oscura y sobre el interruptor 
del deseo, pulsas ese contacto en un impulso,
que entorna los ojos que soñaron vararse 
sobre tu cuerpo.


Sólo tú posees ese ápice divino, 
que el hombre sueña 
cuando adora a una mujer.
Enciendes la hoguera que calienta los cuerpos 
y la carne, en un beso que nace frío, tornándose cálido sobre la piel, al contacto 
con tus manos.


Enciendes una nueva hoguera, en los ojos 
que crepitan entre el jadear del viento 
y el suspiro exhalado, entre el abrazo 
que ciñe tu cintura y una corona de besos,
prendida sobre tus sienes.


Tan sólo tú y la noche, la noche bienhechora,
cautiva en tus ojos y en el titilar 
de las estrellas.
Entre sombras, tu boca succiona mi alma
y como mar en mis arenas, tu mano 
se enmaraña en mi cabeza, ensortijando 
mis cabellos.

Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.

© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.




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