lunes, 12 de agosto de 2024

Castillos en el Aire.

No ha brotado la flor de mi ideario,
campana al viento, muda, que no suena,
ceñida por el moho de amarga pena,
que angosta su garganta en mi calvario.


¿De qué sirve tener el alma llena,
rebosante de adjetivos de ternura?
Sí la tierra en la que siembro es inmadura,
si se muere al sol la flor o se envenena.


¿De qué sirve sobre el labio la ambrosía,
que, en las mieles, su dulzor nos arrebata?
Sí hay un rígido silencio que la mata
y se aja antes de acabar el día.


¿Son mis pasos, que en la ruta se detienen
al buscar una salida entre zarzales?
¿O es el cierzo que golpea ventanales,
de unos ojos que sus lágrimas retienen?


No florece y la tierra entre mis manos,
forma un barro y no encuentro su sentido,
barro denso en mi cuerpo estremecido,
barro inerte sobre áridos rellanos.


Una pronta levedad de amaneceres
se desprende en sol radiante y oriflamas 
y un crepúsculo encendido, todo en llamas,
se sumerge bajo un mar de atardeceres.


Nada queda bajo un cúmulo de estrellas,
sólo el hielo que, en las noches consteladas,
por el frío entre las piedras aceradas,
sobre el suelo quedan sus inertes huellas.


Soy el día que en la noche se querella,
celoso amante de los piélagos distantes,
que robaron las estrellas rutilantes 
a la amada claridad de su doncella.


Ahora sufre y es por culpa del destino,
que se cierne sobre sus carnes inermes,
no confíes en la noche, mientras duermes,
bebe a sorbos la dulzura de un buen vino.


Queda sólo un estertor, que mortecino,
se resiste, tenue luz desde mi sombra,
sufro escéptico, pues ya nada me asombra,
se separa lo mortal de lo divino.


La inquietud desde los flancos de mi alma,
se traduce en un feroz desasosiego,
lo medito, no lo acepto y siempre niego 
cada instante que agitó mi dulce calma.


Construyendo aquí en la tierra y en los cielos,
paraísos en balcones olvidados,
son poemas, que en papel tengo guardados,
sentimientos como lívidos pañuelos.


Que, prendados a su mágica leyenda,
buscarán un corazón que preste oídos,
derramando sobre él, dulces sonidos,
tiernas flores en palabras, como ofrenda.


¡Qué el poema trovador, suba al otero!
¡Qué se eleve más allá de las conciencias!
Más cercano que su arte, está su ciencia,
más vital y al ser humano, más sincero.


Más palabra desmigada de la hogaza,
pan que sea por el pueblo consumido.
que su impulso siempre muestre su latido,
como un rayo penetrando en su coraza.


El aliento que construya y edifique,
ese muro en que frenen sus pasiones,
una ráfaga de sueños e ilusiones,
que, al humano corazón, lo dignifique.


Poemas a la vida, al amor y a la verdad,
conciliando un sólo fin en la alegría,
con la luz que nos alumbra cada día,
poesía con total honestidad.


Volaremos sobre el cieno y la materia,
dejaremos a la angustia sepultada,
hallaremos nuestra meta realizada,
en los huesos que alimentan la miseria.


Así ideo los poemas que os escribo,
desde el fondo decorado de mi mente,
dulces granos para una tristeza ausente,
que en el aire las señalo y las recibo.


No florecen y será por la dureza,
que en la vida sin labrar es encontrada,
 porque siento en su volumen, tan pesada,
que declino por temor y por pereza.


A la espera de una mano delicada,
que se preste a sus labores decidida,
sobre un rayo postrero, pues la vida 
es la suave caricia prolongada.


Así espero que una flor, ya germinada,
brote en pétalos radiantes de color,
así esperan mis poemas, el fulgor,
que rescate mis palabras de la nada.

Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.

© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.





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