jueves, 8 de agosto de 2024

Bajo el influjo de un dulce hechizo.

Desciendes leve y aérea, como un copo
de nieve y te deshaces al calor de un pecho 
que sueña primaveras.
Hojarasca que, al tiempo, cruje otoños 
de soledades olvidadas en la bodega.


Los recuerdos son vinos añejos, polvorientos,
que dan paso a la juventud de una parra,
que promete un amanecer, en medio 
de la aridez de la tierra.


No es verdad ese miedo, que parece asomarse 
como un sol vespertino a mis ojos.
Es tan sólo el hechizo, que no deseo romper,
ese milagro producido, que congela
los segundos del reloj, esa estancia de ámbar,
quietud o remanso, donde el alma se acomoda 
entre los almohadones de luz de la esperanza,
tal vez, por sentirme mortal y por ello…
polvo en el viento.


No sé el punto exacto, donde la razón 
y la locura, se amalgaman para formar 
la imagen de un sueño.
Conozco el parpadeo, el éxtasis sentido,
cometa fugaz que, como el fuego de un cañón,
bruñe la piel oxidada y renueva el flujo 
subterráneo, que en la epidermis se transforma 
en el tibio calor del gozo.


Te he sentido en pétalos de claveles,
reventado en tus rojos labios.
Te he sentido en aromas narcóticos y celestes,
que adormecen la razón y despiertan 
la algarabía de vivir detrás del espejo 
dormido de tus ojos.
Te he sentido en ciernes, amapola entre
campos de trigo.
Tu piel abierta, pradera de extensos y secretos 
pliegues, bebiendo las gotas, que desde
un cáliz celeste, descendían calientes.


Como amor henchido en una nube o corazón 
inmenso, que llora lágrimas plateadas sobre 
una tierra maternal.
Me he recogido en tu regazo amándote,
como ama la flor la luz de la aurora.


Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.

© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.



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