miércoles, 7 de agosto de 2024

El último acorde de una sinfonía.

Una línea irregular flota a una altura 
que mis oídos pueden percibir.
Es la música, ese camino de espacios
horadados que deja en el letargo,
 una impresión de huellas indelebles.


Olas crecientes de cinco sentidos,
que, a través de cinco estados, crecen 
afianzando su paso.
Pájaros fugaces en vuelo exhausto,
que descansan en leves compases.


Enredaderas, que al musgo decrépito 
atenazan, sosteniendo en largos dedos,
columnas de agua metálica, donde una cuerda 
acaricia firmamentos cromáticos.


Siento esa levedad de moho, que se desprende
 de las fibras íntimas de las túnicas del aire.
Una ebriedad de gozo, que derriba muros 
calcinados, donde tortugas melancólicas,
patinan con extremidades de alga.


Un vacío existencial, cubierto de telarañas 
que tejen la plata, allá donde el fulgor 
es sólo la llama que, desde un pecho de ónix,
asedado con betas de gasa y tules, se alarga 
en lenguas nerviosas.


Escarceo de ninfas, que juegan a esconder 
su desnudez y nuevamente se muestran 
engalanadas, dejando en el aire un leve 
suspiro, que intenta resistir a perderse 
en la lejanía, en la inmensidad del olvido 
y permanece flotando en una última nota,
prendida al éter en un dorado sortilegio.


Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.

© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario