pues su alma tiene la capacidad de traspasar
esa frontera de vidrios opacos, que unos ojos
sin reflejos, acrisolan en la entraña.
Navega sin temor sobre las ascuas, porque
el rojo que se desprende no es fuego abrasador,
es la sangre.
La sangre toda que palpita sobre los ríos
de la razón y el sentimiento, en cuyo cauce
el corazón se desliza con las velas hinchadas.
Oxígeno vital que, en un suspiro, el aura
de un rubor iridiscente, se eleva en un destello
derramado.
Quien mienta a su sombra, ha de hallar la luz,
pues no quedarán penumbras, ni oquedades
que no se puedan cubrir de claridades.
Cuanto más bebido es el gozo, más crecerá
la luz, allá en el pozo.
Distante es el sendero, recamado de tristezas
y recuerdos olvidados.
Saetas quebradas por el viento, dolores
como los granos del trigo, que supimos
vencerlos con bravura.
El agua de una lágrima vertida y una amplia
sonrisa, como levadura.
Así crecen los hombres y los hechos,
esgrimiendo la espada horizontal
de una sonrisa.
Sin prisa.
Olvidando su dolor, allá en los trechos.
Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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