como gotas de lluvia sobre una acequia.
Se pierde el rumbo, la dirección
y las aves trastornan el paso de unas nubes
ebrias de plomo.
Merindades gastadas por suelas y llantas
de caucho.
Recorro la ausencia muda de las calles
y las voces se confunden con el carrillón
de la Iglesia.
Suspiros de gasolina, esperan tosiendo
en los semáforos.
Camino solo y por dentro te llevo,
de pálpito en pálpito.
Mis pies no saben la distancia que me separa
de ti y mi corazón corre hasta alcanzarte,
latiendo, galopando desbocado,
desenredando sus crines de fibras de ternura.
Al viento, siempre al viento.
Libremente alocado, gozoso
de tu cuerpo níveo y del destello celeste
que emana desde tus ojos.
Soy el cálamo, la caña silbante que se arquea
al viento y muestra una reverencia al frescor
de las hojas verdes.
Tu piel, esa sedosa extensión, es el horizonte
de mis labios, que sueñan posarse como
un rojo crepúsculo, cuando las sombras
apacigüen los mares de nuestros deseos
sumergidos, que estallan en una ola
de besos cristalinos, prendidos en tus cabellos
y originando cascadas de luz.
Recorro calles, oscuras como pupilas
que se abren a mi paso y a la avidez
de mis ojos.
Te presiento en el viento, en la oquedad inerte
del silencio y en el canto de las aves.
Las campanas ríen con sus gargantas
de bronce, alborotando las páginas blancas,
que en el aire describen un vuelo de palomas.
Arenal bilbaíno, mediodía, melancolía
en la mirada y unas gotas de ilusión,
para vivir en ti, siempre en presente.
Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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