porque destellas la luz fugitiva, que a un
ojo sabio deslumbras en ardientes soles.
No me impiden el paso, las almas que,
en médulas cristalinas, ascienden todo fuego
en lenguas que saben de un ápice de carbono,
que, desde sus axilas abiertas, se ensortija
durante tu entrega.
Aunque la sangre llore una roja melancolía,
un cúmulo de senos, flota sobre el horizonte
de mis labios y los beso tiernamente.
Fruta agreste, manjar que a los dioses
les fuera negado, pues su condición
de inmortal, les impide el gozo de la carne.
Feliz soy, que nazco del viento, para crujir
sobre las cenizas del hombre.
Feliz yo, que sufro tu ausencia,
pues en nuestro encuentro me vierto,
cual sí fuera cántaro de agua fresca,
nube descendida desde la cumbre
de la montaña, que el sol reverencia y dora
en las tardes de estío.
Feliz yo, mortal, que sé del placer de amar
y entregarme extensamente, como un mar
exhausto, ante la candidez de la aurora.
Así, así, desleído entre blondos cabellos
y azotado por las sierpes que coronan
tu inmaculada frente.
Así, como un astro a punto de estallar,
porque no caben, ni más luz, ni más gloria
dentro de su ser.
Escrito en 1985 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
© Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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