de su garganta.
No era un santo, pero se reía a menudo
de la mediocridad de quienes despreciaban
su aspecto gris, pensando que también
la luz de su inteligencia se había apagado.
Se despachaba a placer y con pocas palabras
cerraba las alcantarillas de sus podridas mentes.
El verbo en su boca era un torrente fluido
y muchos perecían ahogados en sus rápidos.
Soplaban vientos extraños y su cuerpo,
desaparecía a menudo bajo su raída gabardina,
antes beige y ahora de un color indefinido,
coronada de varios lamparones.
La vida le fue robando cuanto amaba
y la calle se convirtió en su hogar.
Tuvo un mimetismo con el asfalto
y su tos constante sonaba como es starter
de un viejo coche.
Era de todos y de nadie, hasta que cambió el viento
y se lo llevó lejos, mecido en un soplo, como una hoja seca,
tan amarilla como sus dedos, manchados de nicotina.
Escrito en Marzo 2016 por Eduardo Luis Díaz Expósito."Zuhaitz"
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