de los caballeros y de las damas nobles.
Damas con el pecho circuncidado,
con la extensión onírica de las falsedades
de atrezo y esa empalagosa miel
de la palabra expresada y no sentida.
Abanicos en el aire, colmados de talco
y las pelucas, para esconder una alopecia
de ideas, que huyen despavoridas,
ante el horror, por la falta de higiene
en sus espíritus.
Se entretienen devanando críticas sociales,
con la incongruencia de una falta de criterio,
sólo por el arte de la difamación.
Los lacayos que las acompañan, son esclavos
de sus amplios polisones y de su escaso
sentido de la estética de la corrección.
Vicios privados, públicas virtudes.
La decadencia se acuesta sobre grandes
edredones de plumas de eider y sábanas
de seda.
En el ambiente se respira un olor nauseabundo
de coágulos de razón, que se desangraron
y de perfume extremadamente dulce,
para ocultar el aroma acre de la hipocresía.
El amor se halla encerrado en las estanterías,
junto con los viejos libros olvidados
y las pasiones se desatan a golpe de látigo
y sumisión.
El absurdo campea a sus anchas
por los salones, bellamente adornados
y en las mazmorras guardan celosamente,
los secretos de todos sus vicios inconfesables.
Escrito en Noviembre 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito.
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