sábado, 14 de noviembre de 2020

Queman las falsas apariencias.

Sobre un tizón encendido colocamos 
nuestra mano, pues  en su apariencia ,
parece estar apagado.
El dolor se transmite desde la piel hasta 
los nervios, visiblemente alterados.


Una punzada aguda, una crispación 
sobre la inercia, hace que la mano
 se agite al aire.
Es entonces, cuando todos los músculos 
de la cara, reflejan un estado incontrolable,
en un rictus que nos contrae, bajando 
hasta el vientre y despertando la angustia,
antes dormida.


Ni siquiera el agua, sofoca el fuego 
que sentimos  en la extremidad dañada.
Acaso, un bálsamo o una lágrima evaporada 
sofoque el ardor, que incómodamente 
se instala en nosotros, recordándonos 
la imperfecta humanidad, que llevamos 
sobre los hombros.


El pulso se siente en los dedos y va cediendo 
el ardor.
Ahora, sólo queda esperar, que se forme
la huella, que el fuego dejó sobre 
nuestras carnes.


Escrito en Noviembre 2020 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”. 





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