y su ceniza pesa como un párpado
que descansa, hecho jirones de hierba,
en brizna seca. Es irremediable el peso
en su letargo.
Para quien duerme y sueña, un vivo color
representa el gozo.
No advierte, ni nota, que la hojarasca
tiene similitud con el ocre o la indiferencia.
La sangre se agolpa toda,
como los pensamientos en una copia
o razón de vida y nuestra existencia,
nos miente senderos
o surcos de agua proyectada.
Nadie sabe, porqué la luz es
un destello confundido, con dientes de ira
o tal vez, una risa con un choque inoportuno,
que la penumbra devora y sepulta
en el olvido.
Ni luz, ni llama.
El ojo queda atento al sacrificio consumado
en las sombras, creando una bella imagen
y reivindicar el derecho negado, a no ser
tan sólo un pasajero, ni un limite,
sino acción notoria en una perpetua ráfaga.
La misma llama consume al corazón
que la alimenta y queda un negro pábilo
o tizón, como una pregunta sin respuesta.
Escrito en Julio 1993 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario