Pasaron ya las horas tímidas
y el temprano rubor juvenil.
El rocío cedió su copa de cristal, ante un Sol
implacable y las madreselvas optaron
por escalar las tapias de los cementerios.
Los signos se multiplican y un sabor
a mandrágora, recorre la lengua.
La hiel estalla en átomos y todo lo anega
una incertidumbre, que pesa
como un dios antiguo.
Con la serenidad de un extranjero,
perdido en tierras extrañas,
caminamos sin rumbo entre las ruinas.
Escrito en Marzo 1994 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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